DECLARACIÓN DE INTENCIONES


Han pasado cuatro años desde la publicación de "Pobres Peregrinos". Durante este tiempo he intentado profundizar en el conocimiento de la historia de Prisciliano y los priscilianistas (con notables resultados, en opinión de mis amigos), y en el de la inmensa contradicción en que vivimos inmersos los seres humanos, los únicos capaces de ignorar la incoherencia que supone agredirse a sí mismos en nombre de Dios, del amor y de todo lo que es noble. Sé que esto no es novedad para nadie, como no lo era para los artistas que concibieron los bestiarios medievales y vieron en la anfisbena (del griego "amfis"=ambos lados, y "bainein"=ir; es decir, "que va en dos direcciones") la perfecta representación gráfica de esa realidad. El dualismo, la oposición de los contrarios, forma parte de nuestra esencia. Pese a quien pese.
Umberto Eco asegura en "El Péndulo de Foucault", por boca de uno de los personajes, que resulta inútil escribir cuando falta un motivo serio. Coincido con esa rotunda afirmación que, por oposición, consigue que se abra paso en mi mente una objeción en forma de pregunta: ¿Qué ocurre cuando el motivo es "demasiado" serio?
Esta cuestión la planteo toda vez que he llegado a la conclusión de que es exactamente eso lo que acontece con la misteriosa y semi-desconocida historia de Prisciliano y el priscilianismo, prácticamente inabordable por el común de los mortales. Así me lo han hecho notar los comentarios y críticas efectuados por algunos lectores y las reacciones de algunos de los oyentes que han asistido a las charlas y conferencias impartidas durante estos años. Muy pronto he tenido ocasión de comprobar cuan grande es el poder de lo establecido, la incomodidad que producen ciertas revelaciones, y el apego que tenemos a la estructura que forma el entramado de nuestros conocimientos y pensamientos: cuando se nos enfrenta con la posibilidad de que exista una "verdad" que transciende o invalida aquello que nosotros tenemos por tal, reaccionamos con furia contenida, incredulidad o desprecio. Cualquier herramienta es considerada válida para intentar desactivar la amenaza que supone tomarse la molestia de comprobar la veracidad de lo expuesto o ser consecuente con los argumentos que la lógica ofrece en favor de lo nuevo. Es menos doloroso (y muchísimo más cómodo) parapetarse tras el escudo que proporciona la masa y sus creencias para, desde su seno, poder lanzar veladas, a la vez que infantiles, insidias del tipo: "Entonces, ¿estás diciendo que todo lo que nos enseñaron es mentira?". Es una de la más repetidas y, he de reconocerlo, una de mis preferidas.
Reacciones de este cariz son las que me han abocado a pensar, durante largo tiempo, que toda mi labor y, por añadidura, la de mis amigos, carecía de sentido y resultaría estéril. Ellos me han convencido de que, aunque así fuese, nadie podría reprocharnos que no lo hubiésemos intentado. Ya sólo por eso nuestro esfuerzo habría merecido a pena.
Reconozco que tenían razón, puesto que pronto pude constatar que nuestro mensaje estaba (está) realmente destinada a una selecta minoría despojada de prejuicios y dispuesta a hacer un esfuerzo por comprender.
Pero, ¿qué es lo que hay que comprender?, os estaréis preguntando. Os lo diré de la forma más escueta posible: necesitamos comprender que estamos recorriendo el camino equivocado y que debemos (en la medida de lo posible) regresar al punto de partida, a la encrucijada primigenia para tomar, esta vez sí, la dirección correcta.
Esa encrucijada de la que hablo toma cuerpo en torno a la figura de Prisciliano y a la frontal oposición que encarnó frente a la Jerarquía eclesiástica de su tiempo. Su apuesta por el ascetismo frente a la opulencia y los abusos; por la igualdad de sexos frente a la preeminencia del varón; por la aceptación de antiguas e inocuas tradiciones frente a su condena; por el conocimiento como vía para alcanzar la salvación frente al dogma, lo aceptado sin discusión, desencadenó una furibunda y desproporcionada reacción que acabó con su vida (la Iglesia sigue negando su participación en el proceso) y dio lugar a la aparición de un mundo en el que la relación del hombre con la Naturaleza adquiere tintes demoníacos, un mundo en el que no cabe ninguna forma de saber que contradiga lo establecido por la Jerarquía eclesiástica, un mundo, en definitiva, en el que la sumisión (de la mujer al varón, del pensamiento al dogma...) se erigió en concepto clave.
En esa data fatídica del año 385 la Iglesia olvidó los tiempos en que había sido perseguida para tornarse ahora en perseguidora, una mutación que no pasó inadvertida en el mundo antiguo entre una población que ocultó su simpatía por el mártir/hereje (pues eso fue Prisciliano para unos o para otros, como lo sigue siendo en la actualidad) a la vez que una muy justificada y comprensible desconfianza hacia la todopoderosa, fanática y cruel Jerarquía eclesiástica.
Comenzó entonces una encubierta y encarnizada lucha contra la injusticia y el olvido emprendida por los seguidores de Prisciliano que, haciendo uso del disimulo, la osadía y el secreto, se empeñaron en dejar tras de sí cientos, miles de señales destinadas a despertarnos un día de nuestro letargo.
¿LAS SEGUIREMOS IGNORANDO ETERNAMENTE?

"Pobres Peregrinos"


Lars Karlsson, un estudiante sueco, peregrina a Compostela. Durante el viaje descubrirá que algunas piedras llevan siglos contando una historia.
Una historia increíble que cambiará su forma de ver el mundo y la vida
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Lo tengo todo preparado, en su sitio. Sólo falto yo. Falta mi mente.
Será por eso por lo que, en mi impaciente entusiasmo, llevo días invocando a las musas, suplicándoles que hagan brotar con dulce fluidez las ideas y elijan por mí las mejores, las definitivas palabras.
Como todavía no me han visitado sigo como ayer, embobado anta la ventana, viéndome a mí mismo desde la distancia, asombrado y perplejo, buscando a tientas la salida del laberinto en el que he pasado los últimos años. Un laberinto que hoy creo conocer, pero que, pese a todo, no me atrevería a describir. Si tuviera que hacerlo temo que acabaría recurriendo a tópicos manidos, inútiles por gastados. Y es que semeja que no haya un rasgo del carácter de aquella tierra que no evocasen poetas, cronistas o viajeros.
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Autor: Lars Karlsson
Portada: Página de una Biblia Medieval perteneciente al Cabildo del Burgo de Osma(Soria).
Esculturas tituladas “Anaconda” y “Trajano” de Antonio Taboada, “Willi”.